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peño. Y van cayendo las horas en este for– cejeo por vender el uno y por escudriñar el secreto de la veleidosa suerte el otro. Hasta que se acerca el momento supremo. Las seis de la tarde. Arracimados en torno a las tres radios que hay en el pueblo, con el corazón tenso y reprimiendo la respiración, oyeron el fallo definitivo. Ha salido el "zorro". Ca– rreras gozosas de los que han acertado en busca del vendedor. ¡Es el que tiene que desembuchar los reales! Caras malhumoradas y rabietas en los que la fortuna dio la espalda. Y se presentan casos más simpáticos: hombrones que, has– ta entonces parecían carecer de sentimien– tos se marchan del corrillo arrancándose los pocos pelos que les quedan porque no hicie– ron caso al sueño que tuvieron la noche an– terior: ¡El soñó que perseguía a dicho animal con su bácula! le estaba bien para que en ·otra ocasión fuera cuerdo ... Esto es algo de lo que engendra ese jue– go llamado "de los animalitos". Superchería -en muchos; pobreza, más pobreza de la que ya hay por acá, en la mayor parte de los ho– gares; falsa Husión en algunos pocos que creen poder darse la buena vida sin dar gol– pe, porque les ha sonreído el animalito algu– na vez; y en todos, pérdida de la mayor par– te del día. Y esta sJtuación se repite día tras · día. . Sería una decisión que la posteridad aplaudiría la de acabar con· este producto que está saturando los más distantes mer– cados de 1.a nación. Tucupita es de los má& surtidos. - 126 _;_
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