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najes bíblicos para retratar posturas y perso– najes de hoy, que tienen de todo menos de ejemplarizantes. Pero los aciertos són evidentes, como este pasaje entresacado de "Los doce após~ toles" que acabo de leer, capaz de atragantar el desayuno a uno medianamente sensibili– zado. Dice así: "El lujo es un negocio, pero es también un sistema de vida inmerso en la. corrupción. . . El lujo abre y· estimula el apetito, incap.acitadd para satisfacérlo por las vías nqrrriales, el hombre acude al delito eco– nómico, se tocan apresuradamente las puer– tas del cómplice, se abandona todo escrúpu– lo. El lujo se convierte, por obra y gracia de la publicidad, en la ideología oficial, en la religión natural; día y noche, por la radio, la tv, la prensa, los afiches y las luces de la ciudad, se bombardea la mente con mensa– jes, la propaganda moldea el espíritu y el lenguaje, los gestos y el estilo. . . La forma . incitante y descarada cómo la propaganda presenta la imperiosidad de lo inútil e incli– na a la superficialidad, es una lección de co– rrupción. El lujo es un sistem·a total, con su materialidad, su espíritu, sus templos, sus sacerdotes, sus armas y soldados, sus bene– ficiados y sus víctimas" (pág. 60-1 ). Cuando leo párrafos como éste, de los que abundan las páginas de e_stos libros, pienso en el viejo Kempis, predicador de la sobriedad, en lo que dice a las cosas de este mundo y me viene a la mente el título que encabeza estas líneas. Que ·son frecuen– tes las páginas escritas hoy y que, sin em– bargo, tienen sabor a un ayer. ¿Será que las circunstancias son las mismas? ("la Religión", 1975). 124 -

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