BCCCAP00000000000000000000636
Lejos de mí hacer la apología de este sui– cidio. Así hay que llamarlo, aunque se trate 'de esa realidad divina que es el amor. No me - lo permite mi ·conciencia de criatura ni mi conocimiento del Evangelio. Esto aparte, hay algo en esta acc1on luctuosa que puede servir de examen de con– ciencia a nuestra sociedad. Estoy con Osear Wilde cuando, en una de sus célebres bala– das, dice: "Todo hombre mata lo que arna". ¡Es doloroso que lo que ha robado el cora– zón de uno hasta trastornarlo, cambie de po– seedor! Sólo pensarlo debe causar escalo– fríos. Por_ eso que se llega a la destrucción de lo mismo. Así siempre uno tendrá el título de único poseedor. Aquellos jóvenes dejaron escrito que eran profundamente felices. Decidieron llevarsl:} su embeleso a la eternidad. ¿Temían los ata– ques de sus contemporáneos a su felicidad? ¿No se sentían con fuerzas para mantener el fuego sagrado de su hirviente hogar". Esta acción, nada encomiable por cierto, lleva implícita una acusación contra nuestra sociedad. Es una manera dramática -por lo sangrienta- de gritar su maldad y descom– posición, el mínimo aprecio que hace de lo más puro y estimable. ¡Lástima que los modos no sean aptos! ("Mensajero Seráfico", 1972). ·
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz