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«Sed santos, porque yo soy santo» (Lv 11, 45). «Santo, san· to, santo es el Señor Dios de los ejércitos» (Is 6, 3; Ap 4, 8). Jesucristo le llama «Padre santo» (Jn 17, 11). Y San Juan escribe en su primera carta: «Y todo el que üene esta espe• ranza (en Dios), se santifica, cómo Santo es Et» (1 Jn 3, 3). Santidad de Dios significa .en la Biblia dignidad y superioridad infi• nitas, lejanía radical de. toda la imperfección de la creatura. . La Santidad .de Dios tiene que despertar en el hombre un sentimien- to de reverencia e indignidad ante El. · El Dios único: Se lee en el Antiguo Testamento: «Mirad que yo soy solo y no hay otro Dios fuera de Mí» (Dt 32, 39). «Yo soy el primero y el últimó, yfuera de Mí no hay otro Dios» (Is 44, 6). Jesucristo dice: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti; único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo» (Jn 17, 3). La razón nos dice igualmente que no puede haber más que un único Dios, pues sólo uno puede ser el infinitamente perfecto, causa de todos los demás seres. El Dios bueno y misericordioso: En los salmos se canta la bondad y misericordia del Señor: «Alabad al Señor, porque es bueno; porque es eterna su misericordia» (Sl 117, 1). Jesús dice: «Nadie es bueno, sino solo Dios» (Le 18, 9). Esta bondad de Dios es la razón para confiar en El: «Si vos– otros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre, que está en los cielos, dará cosas buenas a quienes se las piden!» (Mt 7, 11). Dios es bueno en sí mismo por reunir todas las perfecciones. Dios es bueno para todos, pues de El proviene todo el bien que exis– te; mientras que el mal no proviene de Dios, sino que es deficiencia de la misma creatura. La bondad de Dios llega a su punto culminante en la mi– sericordia o compasión infinita para con el hombre pecador. «Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su Unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3, 16). El Dios justo: «Justo eres, Señor, y justos son tus juicios» (Sl 118, 137). «Ya me está preparada la corona de justicia, que me otor– gará aquel día el Señor, justo Juez» (2 Tm 4, 8). 51
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