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CAPÍTULO IV NECESIDAD URGENTE DE VOCACIONES MISIONERAS Jesús iba recorriendo las ciudades y villas de Pales– tina enseñando en las sinagogas, predicando el Evange– lio y curando toda clase de enfermedades. Compadecido de aquellas pobres gentes, porque estaban malparadas y como ovejas sin pastor, dijo a sus discípulos: La mies es verdaderamente mucha, mas los operarios son pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe operarios a su mies (1). Estas palabras del Divino Redentor se pueden repetir hoy, después de veinte siglos que lleva la Iglesia de existencia, porque son muchos los millones de hombres que viven fuera del redil evangélico y yacen aún en las tinieblas de la infidelidad y del error. "Quien con– sidere-dice Benedicto XV-tantos y tan rudos traba– jos sufridos en la propagación de la fe, tantos afanes y ejemplos de invicta fortaleza, se admirará, sin duda, de que, con todo, sean todavía innumerables los que yacen en las tinieblas y sombras de muerte, ya que, según las estadísticas modernas, no bajan aún de mil millones el número de los infieles" (2). Con semejantes palabras el Pontífice de las Misiones, Pío XI, decía bajo la cúpula de San Pedro el día de Pentecostés de 1922: (1) Malt., IX, 3-38. (2) Maximum illud, Sylloge, núm. 74, pág. 115.

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