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56 Dll, P. PÍO M.ª DE MONDREGANES, O. F, M', C,\P, religiosas y sacerdotales imponen sacrificios, privacio– nes, vencimientos de la propia voluntad, observancia de los consejos evangélicos y de las obligaciones del propio estado. Pero Dios, que llama, sabe lo que da y lo que quiere dar. Conoce las fuerzas humanas y los auxilios divinos que quiere otorgar con generosidad. No temer las dificultades, superar los obstáculos, con– fiar en Dios y exclamar con el Apóstol: Todo lo puedo en Aquél que me conforta (1). * * * Estas cosas generales que acabamos de decir en la primera parte son suficientes para comprender lo que trataremos más adelante y persuadirse de la importan– cia que tiene en la vida humana saber orientarse bien. No caminar sin rumbo seguro. Prefijarse un ideal con– creto hacia el cual tendamos y dirijamos nuestros actos y nuestras energías. Nuestra vida temporal debe tender a la eterna. Con el tiempo se gana la eternidad. Somos peregrinos y fo– rasteros en este mundo; no tene1nos aquí ciudad perma– nente; vamos en busca de nuestra morada eterna. Para llegar a ese fin supremo de la posesión de nuestro último fin hay muchos caminos individuales y personales. Supliquemos al Señor con el salmista para que nos dé a conocer nuestro camino: A Ti el alma leYanlo, - ¡oh Señor y Dios mío! En Ti mi confianza. No seré confundido; (1) Pliil., IV, 17,
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