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166 DR. P. PÍO M. ª DE MONDREGANES, O. F. M. CAP. entregar a la Iglesia Romana cien pueblos por cada uno que le arrebataba la herejía ... " (2). ¡Plus ultra! Siempre más en el estudio de la Misio– nología, en la ciencia divina de la salvación, en la ex– plotación de los inmensos tesoros que nos legaron nues– tros mayores. Nos gloriamos con legítimo patriotismo de Raimundo Lulio, de José Acosta, de Tomás de Je– sús, de Juan Vives y de otros mil, porque fueron maes– tros de misioneros, luminares de primera magnitud en la ciencia de las l\Iisiones. l\fos nuestra admiración no debe ser estática, sino dinámica; nuestro amor es pre– ciso que sea efectivo, no meramente pla1ónico. Es ne– cesario estudiar sus doctrinas, sus n~étodos, sus produc– ciones científicas. Filone:, de riquísimo mineral yacen sepultados en archivos y bibliotecas esperando manos há– hiles que sacudan el polvo, que extrnigan sus tesoros e impriman sus páginas. Duc in altum! Dirijamos nuestra consideración más allá del horizonte visible, y veamos la copiosa pesca de todo g-énero que se mueve en las inmensidades del mundo y que <lehe entrar en lns redes de Pedro; recoj ámosla en nuestras barcas antes que sea devorada por los enemigos de Cristo. Recolectemos las doradas mieses, ya maduras en las dilatadas posesiones de nuestro Rey, antes que laíi tempestades del sectarismo acatólico las destruyan. Volvamos, pues, nuestros pasos hacia esas elevadas cumbres de nuestra historia y recordemos con amor efectivo nuestro pasado misional, misionero y misiono– lógico para conocerlo, y conociéndolo amarlo, y amán– dolo continuarlo, y continuándolo perfeccionarlo. (2) Heterodoxos, tomo VII, pág. 51:l. Ohras compl. Madrid, 1!)32.

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