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CAPÍTULO III DE LA FORMACION MORAL El misionero, si es religioso o religiosa, está obligado a tender a la perfección evangélica, según la espiritua– lidad de la Orden o Instituto que ha profesado. Si es sacerdote diocesano, debe poseer las virtudes que se re– quieren para ejercer con dignidad los ministerios sacer– dotales. Si es misionero seglar, debe vivir cristianamente según su estado y tender a la perfección de la vida cris– tiana. La vocación misionera no confiere la santidad, pero supone que Dios les llama a aquel grado <le perfección que es necesario para cumplir su misión, según el estado que han abrazado. La formación moral o espiritual se puede considerar en dos etapas: una antes de partir para la misión, otra después que está ya incardinado en ella. No tratamos aquí <le la vida moral, religiosa, ascético– mística, que el misionero debe practicar y enseñar con obras y palabras en el período de su vivencia en los territorios de misión. De esto se tratará en su lugar res– pectivo. Ahora tratamos de la formación espiritual de los candidatos que aspiran a las misiones. Las virtudes no se improvisan, es necesario tiempo y trabajo para

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