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120 DR. P. PÍO M_a DE MON1lREGANES, O, F. M. CAP. cristianas en las k j anas tierras de misiones, está desti– nado a un oficio grande y sublime" (24). En la vocación hay que distinguir varios elementos: el agente o la persona que llama, la persona o sujeto que es llamado, el objeto o la razón al cual es llamado, y que éste sea conocido por el sujeto. Las vocaciones no se pueden distinguir por la perso– na que llama, porque es siempre la misma: Dios. El lla– mamiento lo podrá manifestar inmediatamente Él mis– mo o por medio de las causas segundas, de un modo natural o extraordinario; esto no nos importa ahora. Tampoco por la persona que es llamada, porque ésta puede ser llamada para muchas cosas de diversos órde– nes, y para cada una de ellas recibir la gracia y los me– dios necesarios. Luego el llamamiento debe especificarse, distinguirse por el término, por la razón propter quam vocalllr. El objeto, o término, o razón, son los que espe– cifican las potencias, los actos y las ciencias. Ahora bien, no es formalmente lo mismo la razón de sacerdote y de misionero; apostolado ministerial dioce– sano y apostolado misionero; trabajar en una Iglesia ya plantada y completamente organizada, y en una Iglesia in f ieri, que se debe plantar, organizar, consolidar. Si las misiones tienen un fin específico propio, lo debe tam– bién tener el misionero. Si el fin es específicamente dis– tinto, las gracias para conseguir ese fin deben ser tam– bién dfatintas, especiales y proporcionadas; luego la vo– cación, o sea la llamada de Dios para ese fin específico y con sus gracias especiales proporcionadas, debe ser también distinta (25). (24) Cfr. AAS, 1!l51, tomo 4:.l, pág. 506. (25) Cfr. VANZIN, V.G., Nasce un Missionario, pág. 35. Parma, 19-13.
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