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116 DR. P. PÍO M.8 DE MONDREGANES, O, F. M. CAP, en la enseñanza, en la predicación, en la Prensa, en el confesonario, en la parroquia, en los Seminarios, en los centros docentes, en su actividad y piedad sacerdotales. Aún más: si puede, debe también cooperar material– mente con limosnas, con aportaciones, dando sus cosas y la actividad de su persona en favor de las misiones. Su oración, su celo, su trabajo, su caridad deben reves– tirse de un espíritu católico, universal, misionero. Pero todo eso lo puede realizar sin ir a los campos de misión; sin ser enviado por sus Superiores; sin haber visitado ninguna misión; sin haber instruído o conver– tido, directamente a lo menos, a ningún infiel; sin haber fundado ninguna comunidad cristiana. Muchos santos y santas tuvieron verdadero espíritu misionero y nunca fueron misioneros en el sentido teológico y jurídico de la palabra. Santa Teresita del Niño Jesús tuvo un gran espíritu misionero y nunca salió del claustro carmelita de Lisieux. b) Jesucristo impuso a los Apóstoles y a sus suceso– res el precepto de predicar a toda criatura y evangelizar al mundo. Luego los Obispos, j untarnente con los sacer– dotes, sus cooperadores en el ministerio, tienen ya la vo– cación misionera comunicada por el mismo Salvador. El precepto de evangelizar foé dado clirectamcnte a los Apóstoles y a sus sucesores; indirectamente, a los sacerdotes y fieles. En el sentido de que éstos están obli– gados a cooperar y ayudar a aquéllos. Pero no se sigue por eso que tengan vocación misionera, es decir, que todos tengan que marcharse a misiones entre los acató– licos y ser enviados a primera línea en el ejército mi– sionero. Esto sería perjudicial para la misma Iglesia; porque

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