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TEHCVHA P.\ETE SEC. I. CAP. III. 211 i Cuántas veces, sin poder recurrir a los libros y a sabios de quien aconsejarse, se n·rú en la pr('cisiun de cuntl'star a muchas diticul– iadt·S en matnia dt· rcligi<Jll y a c(lnsulias sulire negocios muy difk:iles ! Y claro que, t'll estos casos, la reputación social del misionero dqwnde de ser docto t' instruídu, y mús si st' trata de pueblos qul' s, glorían de prugreso y de cultura. Sena muy puco ckcurus() quedar entonces los mal'strns dl' la \'l'rJad a la zaga de los ministros del error. Conviene, pues, que los aspirant('S al sacnJocio que se sien– tan con vocación misionera, mientras se forman para ser útiles t'.ll estas expvdicionL·s apustulicas, :,,e hagan cun todo d caudal dv curllJcimi,·ntos sagrado:; y profarnJ:,, que las situaciones del mi– :,,Íonero n.:clamanl, (3). ::ii lu:,, enuuigu::i tfo ia ie católica ::ie sif\'en Je todos los ramus dl'l liumanu saber, dv tudas las ciencias y artes para sembrar sus perniciu:,,os errun·s, ¿ por qué nosotros los des– cuidaremus para la propagacÍÚil de la vcrdaJ ·; Es innegable l\Ue la educación científico-misionera causará en los educandos amor y estima de la vocación, dirigirá su modo de pensar, hablar y ullrar con rectitud y acierto; darú normas, direc– ciones y orientaciones para realizar una labor de conquista, de evangelizaciún rápida, eficaz y fructuosa. Es, pues, un mal pri– var a los j ÚYenes educandos de tan los beneficios comu se podrían reportar de una educación cienti1ic<H11isionera, apropiada a su capacidad y grado de estudios en que se ocupen. Cierto que en nm·strus snninarios y colegios religiusos se estudian or<linaria– nwntt'. con buen aprnv,·chamivnto las Humanidades, el curso tilo– s<'>lic() y (,()lógico; la cultura del clPrn, í;111to rq.,:·ular cumo srTu– lar, se ha t'll'vado corisiderablcm,·ntl'. en los ültimus lustros; pero en la formaciún dt· los aspirantes al sacerdocio quizú 110 se ha aten– dido, como es llecesariu, a hacerles comprender la misiún n·<len– tora y univt'.rsalista de Jesucristo, la catolicidad de la Iglesia, la obligación de continuar su obra, los dehert·s de la jerarquía ecle– .siústica ) del s;u-1·rcloci1, 1·11 ordr·11 a la pr,·dicaciún <kl Ev,111- gelio y la ninYersi<'m dt'I mundo. De aqu1 q1w :,,;tl,·11 d,, lus centros dt'. enseñanza sin el verdadt~ro concepto de lo q1w 1·s y dt'lw ser el apóstol, Pl misionero, Pmkijador de Cristo snhrt' la ti<•rra. Esta educari<'in rnisiornr;1 ;;,, podría c11ns<·guir facilbirnanwnte y sin g-ran t•sfuerzo, adap!andn y ori1•ntandu los t·studius a estos
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