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204 DE LAS VOCACI01';ES l\llSIONJ;;HAS dad de orar por la propagación dl' la fr y ekvasen colectivamente plegarias es¡wcialt•s y fernirosas por la cxtensit'rn del reinado del divino Jesús y por d aumento dl' vocaciones misioneras. 279. 2.º :\LoClTCIO::S:ES.- --En !ns discursos, confrrl'ncias, ser– mones, pláticas, instrucciones o cualquier otro género de alocu– cicrnes se puede mostrar a la juvt>ntud d ideal de las misiones; los trabajos, sacrificios, privaciones y méritos de los misioneros; el valor de las almas, los dcsrns de Jesucristo, de la Iglesia y otros argumentos aptos para formar la concit•ncia misional, suscitar vo– caciones y educar las voluntades. 280. 3.º LECTllRAS l\IISION.\LES.··-La idt·a misional st· fomen– ta también con la lectura de libros, revistas, peri<'>dicos, etc., dr misiones. En la prensa misional es dondt• st• ven las conversio– nes y obras qtH' realizan nuestros misioneros. «Leyendo esos fo– lletos esparcidos pnr tod(J t·I mundo --dice :\Ions. Du-Pont, refi– riéndust• a !ns Anales de la Propagadd11 de la Fe~- se aprende a conon•r lo que c,s el apostulado ,at<'ilico ... :\llí st· narran con encantadora sencillez las padticns i·onquistas de los pueblos a las que el divino Sa]yador no pus() otros límítt·s, que los límites mis– mos de la tiC'rra, ;il decir: Eritis milzi testc:s itsque ad 1ilti111um terrac (15). Y ante la narraci<'in de esas correrías y predicaciones continuas, de esas persecuciones y fatigas de todas s11tTtes, cuyo eco nos llega de todas las partes rkl glnhn, 110 se puede menos de exclamar con el Prnfrta: (]uam spcciosi pedcs c1•angclisan– tium pacem c1•angcli:::antium liona (16). No hay que dudarlo, la lectura continuada y nH·t<'idica de ohras misionales conmueve y encanta a la juvPntud, ,ÍYida siPrnprc lk ideales y entusiasmos. «Desafío a cualquier cristiano digno ch· es,• nomhn· a quP 1Pa las p{1gi– nas de los Anales de las Jlisinnes ('atálicas, donde SP narran las luchas con el dernonio, las apostasías de !ns pn,sélitos, las aspiracinrn's <le los in– fieles, la difkultad de las conversinrws y los gemidos y las súplicas de nues– tros misimwros, sin repPtir las pabbras de Clndm eo al escuchar la histo– ria de la Pasión dP J Psucristo. ¡ Oh ! ¡ Por c¡ut'- no habría pstado yo allí con mis Francos! Lo sabemos por Pxperiencia lJUP el Pjemplo produce siempre una g1,nerosa emulación. TPmístncles cifit, la Pspada atormentado por el recuerdo de las Yictorias de l\1ilcíacks, Julio Ctésar suspira al contemplar la estatua de Alejandro :'\Iagno y exclama : ,q A mi edad, había é,I ya con- (15) Act., I, 8. (16) Rom., X, 15.

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