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en muchas ocasiones con su sangre aquel suelo santificado con la preciosisima del Redentor. 178. Infatigable misionero con la palabra y con la pluma fué el mallorquín Raimundo Lulio (1236-1315), Terciario francis– cano, que obtuvo del Concilio de Viena (1311) el establecimiento de colegios misioneros para el estudio de las lenguas orientales y la preparación de misioneros. 179. Con el fin de conseguir más frutos apostólicos, los do– minicos y franciscanos formaron unas sociedades misioneras mu– tuamente independientes denominadas «Societates peregrinan– tium propter Christum», aprobadas por la Santa Sede, con Vi– carios generales sometidos a los respectivos Generales de las Or– denes, pero con Estatutos propios. 180. Misiones entre mongoles y chinos.-Los mongoles ocu– paron Rusia y Polonia y llegaron hasta las ciudades marítimas de Dalmacia. El Papa Inocencia IV, para conjurar el peligro que amenazaba sobre .toda Europa, determinó mandar legados y mi– sioneros al Oriente. En 1245 envió a Juan de Piano Carpini con una embajada al Gran Kan. Los tártaros vieron con admiración cómo los audaces misioneros franciscanos penetraban en sus tierras, como Guillermo de Rubrouck, Oderico de Pordenone, que llegó hasta la capital del Imperio chino hacia el año 1325. 181. Especial mención merece Juan de l\:fontecorvino, O. F. M., enviado como legado y misionero a los Príncipes del Oriente. Fundó numerosas cristiandades en China, fué nombrado el primer arzobispo de Cambalik (Pekín) y patriarca de todo el Oriente (1307), con la facultad de consagrar otros obispos sufra– gáneos. Querido por los mongoles, que le veneraban como un santo, el mismo Gran Kan gustaba tenerlo consigo cerca de su palacio y conversar con él. Murió en 1328, dejando una flore– ciente Iglesia que se conservó hasta el advenimiento de la di– nastía indígena de los Ming (1368), que persiguieron a los ca– tólicos e hicieron desaparecer la Iglesia que tantas esperanzas ofrecía. 182. En este período se evangelizaron también las regiones occidentales de Africa y las Islas Canarias. En 1344, el Papa Cle– mente VI concedió la soberanía de las Islas al príncipe español 72
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