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ron San Avito, obispo de Vienne, y San Ponciano, obispo de Lyon. Los visigodos se mostraron difíciles en abandonar el arria– nismo, pero el celo del célebre San Leanclro, arzobispo de Sevi– lla, logró vencer las dificultades, consiguiendo que el rey Reca– reclo y su esposa Bada, en nombre del pueblo, abjuraran la he– rejía en el III Concilio de Toledo (589). El pueblo siguió el ejemplo de sus reyes. Los suevos que ocupaban el NO. de la Península Ibérica se convirtieron al catolicismo. En la conver– sión ele los suevos trabajaron San Martín de Braga y el rey Mirón. 170. El Papa San Gregario Magno y la princesa Teodolinda influyeron en la conversión de los longobardos, continuándose en tiempo del rey Grimoaldo y de Certarito (671-688). 171. San Gregorio envió al monje San Agustín con cuarenta compañeros (596) a la Gran Bretaña, los cuales lograron conver– tir gran número de paganos y a Etelberto, rey de Kent. Hacia fines del siglo VII era ya católica casi toda la isla, teniendo por metropolitanas York y Cantorbery. El Papa Celestino I, en 431, envió a Irlanda al obispo Paladio con cuatro compañeros, los cuales obtuvieron poco resultado. El apóstol más célebre de esta isla fué el escocés San Patricio, que estableció en Armagh su sede y centro de actividad apos– tólica. 172. Trabajaron en la evangelización de los germanos San Severino, San Valentín, San Columba, San Galo Y, principal– mente, San Bonifacio, monje benedictino de Inglaterra, que fué martirizado por los frisones en Dokum el año 754. San Wili– brordo y Ebbo trabajaron en la conversión de los escandinavos; San Anscario, en Dinamarca y en Suecia, y numerosos misione– ros ingleses, en Noruega, 173. E,n la conversión de los pueblos de Europa oriental tra– bajaron muchos misioneros latinos y bizantinos, sobresaliendo los dos hermanos ele Tesalónica San Cirilo y San Metodio, após– toles de los moravos y eslavos. Muchos de los misioneros de este período eran obispos, mon– jes benedictinos y de otras Ordenes monásticas de aquel tiempo, 70