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96 DR. P. PÍO M.' DE MONDUFGA..'-ms, O, F. M. CAP, ---- los destinos eternos es innegable. El pensamiento de nuestra partida nos aterra. Vemos que el cielo se mueve, la tierra corre, las ondas del mar se agitan y suceden unas a otras, la planta brota, el árbol crece, la flor exha– la su aroma, el ave vuela, el animal se arrastra, el hom– bre teme, se inquieta, y su espíritu no se da reposo. ¿Qué es lo que sucede? Todo movimiento supone un punto de partida, un camino por donde pasa, un término adonde se dirige. ¿Cuál es nuestro punto de partida, cuál es nuestro camino, cuál es nuestro término? Estos son tres problemas que preocupan al hombre pensador y refle– xivo. ¿ Cuál es el término que me espera después de mi efímera existencia? ¿ Cuál será el destino que se se– guirá a mi muerte inevitable·? Deja, deja, pues, amigo querido, a los impíos en sus impiedades, a los insensatos en sus locuras, a los hedo– nistas en sus orgías. No envidies al malvado en su pros– peridad ni desprecies al justo en su indigencia. Día vendrá en que cada cual reciba su merecida retribución. ¿En qué consistirá ésta? Será asunto que nos ocupará en las siguientes. Escribe cuanto gustes a tu afectísimo Padre Fr. Pío.
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