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9_4____ n_n. P. PÍO M." DE 1110NDRl2:GA...'s.Es, º· F. M. CAP.____ cuada sanción temporal; nos impulsa a admitir algo más allá de la tumba, algo que traspasa la fría losa del sepulcro, salva las barreras del tiempo y se remonta a las regiones de la eternidad; un mundo invisible, donde el alma racional siga viviendo independientemente del organismo que informaba; la existencia de un Juez so– berano que aplicará, con rigurosa justicia, los premios y castigos corresponúientes a los méritos o deméritos de cada uno. Aunque no tuviera más prueba de la inmortalidad del alma que el triunfo del impío y la opresión del justo, esto sólo me bastaría para admitirla sin la menor duda. Una disonancia y desigualdad tan extraña en la armonía del universo me haría buscar el modo de resol– verla, y me diría a mí mismo: No es posible que acabe todo con la vida; es preciso que todo entre en orden con la muerte. Esta es la solución del nudo que ofrece el gran enigma del dolor; ésta es la clave que explica el gran drama de la humanidad y apacigua las terribles ansiedades de nuestro espíritu. El hilo conductor que nos gma en el aparente desorden del gobierno de la Providencia en esta vida. No sólo la razón y la fe nos enseñan la existencia de la vida futura, sino también el consentimiento univer– sal de los pueblos da testimonio de esta verdad. Es una creencia universal y arraigada que las almas separadas de los cuerpos son dichosas o infelices, según hayan vi– vido en este mundo. Envuelta en mil errores encontra– mos esta verdad en los mitos y fábulas, en las metem– psícosis y transmigración de las almas, en la supersti– ción y en el espiritismo. Hasta los hombres de la Edad de Piedra, compañeros del oso de las cavernas, demues-

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