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CAPÍTULO VII LA.S S.4NCIONES DE ULTR11TUMB.A Mi querido amigo: Con ansia estaba esperando la tuya, porque suponía, con fundamento, las dificultades que habías de oponer a la anterior. Al examinar las sanciones temporales que se dan a los observantes e infractores de las leyes humanas y di– vinas es cierto que se agolpan a la mente series de obje'– ciones semejantes a las tuyas. Me dices, y con razón, "que hay muchos perversos, viciosos y criminales que abundan en riquezas, placeres y dignidades. Les sonríe la fortuna, prosperan en sus empresas y negocios, pa~ san alegres y contentos en medio de músicas y festines, orgías y diversiones. Al contarrio, vemos a muchos justos y rectos de corazón sumidos en la obscuridad y en la miseria, oprimidos por el dolor, agobiados por la enfermedad. Parece que la impiedad se pasea triunfan– te y gloriosa, y la santidad se halla humillada y despre– ciada. ¿Dónde está la sanción, la justicia, el equilibrio, la equidad?" Es cierto, amigo mío, que así sucede, por lo menos aparentemente, en este mundo. No siempre la virtud y el vicio ocupan el lugar que les corresponde, ni los hom– bres buenos o malos reciben su merecida recompensa. Pero esto nos prueba con evidencia que no se da ade-

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