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de sus frutos los buenos y los malos; pero todo esto, no obstante, tiene una providencia especialísinrn sohre los justos, los rectos de corazón, a quienes ama y cuida con predilección. Las sagradas púginas en el capítulo XXYIII del Dnz– taonomio nos hablan extensamente de la alianza de Dios con su pueblo, ele las exhortaciones apremiantes que le dirige para el exacto cumplimiento de sus pre– ceptos, proponiendo ante su vista la sancirm dC' bienes temporales. "Bendito serús--dice al puehlo fiel--en la ciudad y en el campo, benditos tus hi,ios y los frutos de tu tierra, h1s ganados y tns haciC'ndas. La providPncia de Dios ahrirú los tesoros de su bondad y misericordia y hendecirú todas las ohras eme salicrpn ele tPs manos, si no declinares ni a la derechn ni n In izquierda ..." Por el contrario, fulmina terribles nnatemns contra los que no oyen su voz, ofenden su dignidad y q1 1 ehran– tan sus mandatos. "Maldito serús--dice-en la ciudad y en el campo, malditos serún tus hijos y los frutos de tu tierra; malditos los graneros, tus bueyes y tus re– baños" (1), y otras terribles amenazas que causan te– rror y espanto. Parece que Jehovú derrama la copa de su furor sobre los despreciadores de la Ley santa. La historia antigua y moderna nos refiere infini– dad de hechos y ejemplos que son una confirmación palmaria de los castigos impuestos por el divino Le– gislador. Citemos sólo algunos: el primer fratricida anda errante y vagabundo, señalada su frente con la mnrca del crimen; las aguas del diluvio anegan al gfnero hu– mano, porque é~ste había corrompido sus caminos; otro (1) Deut., XXVIII, 3 y sigs,

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