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CAPÍTULO VI BENDICIONES Y ,4N,1TEMAS Mi quni<lo amigo: En mi anterior te indiqué hreví– simamente algunas sanciones de la ley moral; hoy con– tinuaremos con esta materia tan abundante. Sucede en este asunto algo muy parecido a lo que experimenta el navegante que sale del puerto y cruza los dilatados ma– res; cuanto más, se va internando en la inmensidad del océano más agua, más cielo, más horizonte va descu– briendo. De la misma manera, cuanto más se piensa y medita la ley del Señor más se descuhren sus grnn- · dezas, propiedades y excelencias: ella ilumina los en– tendimientos, santifica las almas, alegra los corazones, modera las pasiones, conserva la salud, prolonga la vida y trae nn cúmulo inmenso de bienes temporales. Mas esto no basta; es muy poco para estimnlar al hombre a su ohservancia; necesita móviles más fuertes y poderosos aun <kntro del orden pr<'sPnte; y estos mo– tivos sahernos que existen. Dios, próvido y justo, dis– puso todas las cosas con un orden y armonía inefables, tnnto en el mnndo físico como <'n el mundo moral. Su gohierno <'S universalísimo en todas las manifestaciones de la actividad creada. Envía los rayos benéficos del sol sohre los justos y sobre los pecadores, fecundiza con suave lluvia las plantas de la tierra para que gusten
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