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86 nn. P. PÍO M.ª DE ::110N!)REGANES, º· F. M. CAP. ---- con los horrores del castigo. Sll 111sticia. santidad y hon– dad hnscan y armonizan todos los medios necPsarios y convenientes para qne camine. corra v vuelP hacia su fin, su centro. ane es la posesión <lel S11mo BiPn y su intrínseca feliddad. Inspirado por el Espíritn Santo, el real profeta David canta en sus salmos: "Yo me incli– naré a cumplir tu ley por la esperanza de la retribu– ción (2); corrí por tus mandamientos cuando dilataste mi corazón con la esperanza de las grandes recompen– sas" (3). La sanción asif!nada a las leyes divinas es perfecta e imperfecta, eterna o temporal, según que se aplique en esta o en otra vida. Vamos a empezar por la tempo– ral. En primer lugar, la fiel observancia de la ley y práctica de la virtud envuelven por sí mismas un bien honesto, amable en sí mismo; una rectitud apetecible por la potencia volitiva; la b011eza de un orden ob.i 0tivo establecido por el Creador. El alma racional, al seguir el camino del bien, no puede menos de experimentar en el santuario de su conciencia el sosiego, la paz, la satisfacción de haber cumplido el deber. Esa tranqui– lidad, ese bienestar, esa agradable sensación que pro– duce la práctica de la virtud viene, sin duda, del supremo Señor de las cosas, el cual dispuso que el alma del justo se goce y se alegre, como en un continuo banquete. Lo que decimos de la sanción de la virtud puede aplicarse a la sanción del vicio, por aquel axioma fi– losófico: "Contrariorum eadem est ratio". Los pecado– res son aborrecibles por sus prevaricaciones, no pueden (2) P.~., CXVIII, 112. {3) Ps., CXVUI, 32.

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