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BUSCANDO J.A FELIC:JDAD 85 tante y universal reconocido por todos los pueblos, có– digos y legisladores. Dios nuestro Señor, legislador supremo, al imponer al hombre sus leyes y oblignciones tuvo doble fin: pri– mero y principal, que las criaturas reconocieran su do– minio absoluto, su imperio universal; reverenciasen su majestad incomparable y le tributasen gloria y home– naje. Este es el fin más elevado, el motivo más puro que puede tener el nlma; el amor de benevolencia que mueve al amante por sola bondad y utilidad del amarlo. Este amor puro de benevolencia se expresa admirable– mente en el siguiente conocido soneto de dudosa pro– cedencia: No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. Tií me mueves, Señor; muéveme el verte clavado en una Cruz y escarnecido; muéveme ver tu cuerpo tan herido; m11Pv0nrne tus afrentas y tu muerte. Muéveme, en fin. tu amor, y en tal manera, que, aunque no hubiera cielo, yo te amara, y, aunque no lrnbiera infierno, te temiera. No me tienes que dar porque te quiera, purs, aunque lo que esprro no ec;prrara, lo mismo que te quiero te quisiera. Pero Dios, conocedor comprensivo de la naturaleza del hombre, de sus tendencias y móviles, se propuso también otros fines secundarios mús humanos y asequi– quibles; le animó con la esperanza del galardón, puso delante de sus ojos el premio sempiterno, y le atemorizó
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