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84 DR. P. PÍO M,ª DE MO!'sDREGANES, O. F. M. CAP. milicia sobre la tierra" (1). Es, en fin, la ley del pecado, contraria a la ley del espíritu, que experimentó el gran Apóstol y batallador San Pablo. No hay remedio, es necesario luchar, combatir para ganar la victoria y ser coronados de gloria; es necesario remar río arriba hasta encontrar la concha donde se encierra la hermosa y rica perla que exornará nuestra frente por toda la eter– nidad. Somos soldados de Cristo, y estamos obligados a defender su reino; somos comerciantes de las riquezas inmarcesibles de la gloria, y es necesario trabajar por conseguirlas. Convengo contigo en que este camino es áspero y duro, que el deber y la virtud imponen sacrificios, in– molaciones, combates, inhibiciones; pero también aquí existe la ley de la compensación; no se da dolor sin gozo, ni trabajo sin recompensa, ni fin sin medios pro– porcionados. Por esto has de observar que toda ley mo– ral, siendo en sí misma onerosa para el hombre, exige para su cumplimiento motivos que impulsen a obrar, estímulos que muevan la voluntad a cumplir lo man– dado. Estos móviles propulsores de nuestra actividad, estos resortes que ponen en juego nuestras facultades, son los premios merecidos por la observancia de la ley y las penas debidas por su infracción. Entre los polos del amor y del odio, de la esperanza y del temor, se mece el hombre en su navegación por el mar agitado de la vida temporal. Estos premios y castigos se llaman en lenguaje filo– sófico y j uridico sanción de la ley moral, propiedad inherente a todo precepto divino y humano. Hecho cons- (1) Job., VII, l.

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