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CAPÍTULO V LA SANCION DE LA LEY Mi querido amigo: Un poco irrespetuosa y pesimista me ha parecido tu respuesta a mi última. Entre otras lindas cosas me dices "que no es lo mismo predicar que dar fruto ni conocer las obligaciones que cumplirlas. Mi entendimiento fácilmente llega a comprender la verdad, pero mi voluntad y mi corazón con frecuencia se resis– ten a seguirla. ¡ Son tan fuertes las pasiones que me dominan! ¡ Tengo tantas dificultades que vencer para seguir el camino del bien! La concupiscencia me solicita, los malos hábitos me arrastran, la lucha continuada me cansa, el ánimo se me rinde y los adversarios me vencen. ¡Infeliz de mí que no puedo conmigo mismo! ...''. Bien, bien, amigo atribulado, ya te entiendo; lo que a ti te pasa no es cosa nueva ni exclusiva; es el eco de la humanidad caída que se repite sin cesar en todas las latitudes y en todos los tiempos; son los gemidos que lanzan todos los pueblos y todas las razas, al sentir, en el fondo de su ser, el encarnizado combate del bien y del mal, de la luz y de las tinieblas, del espíritu y de la materia; es el lamento del poeta pagano que escribe que "ve lo mejor y lo aprueba, pero que su corazón va en pos de lo peor". Es el testimonio del pacientísimo Job que nos dice que "la vida del hombre es una continua

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