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78 Drt. P. PÍO M. 1 DF. MONDREGANES, O. F. M. CAP. que nos recrea dulcemente con sus trinos y gorjeos desde la espesura <le la selva; es consciente, racional y volun– taria, la cual, respetando los fueros y derechos del libre albedrío, nos sujeta a obrar en un solo sentido y direc– ción, indicado por la misma ley, independientemente de nuestras facultades. Ahora bien, ¿ cuál es el origen, el principio extrín– seco y efectivo <le este vínculo moral que nos impone la necesidad de obrar o de abstenernos'! ¿ De qué fuentes se originan esos lazos que ligan a la humana voluntad, dueña y seiiora <le sus actos psicológicos'! Muchos y muy opuestos son los sislemas deontológicos que se han in– ventado para resolver este importantísimo problema ele la vida individual y colectiva. Los racionalistas, secuaces de la doctrina del filósofo escéptico-crítico de Koenisberg, sostienen que la volun– tad humana es nomotécuica e independiente de todo le– gjslador: ella misma se erige en principio y norma de la ley, manda y ordena en nombre propio, y manifiesta sus preceptos por medio <le su imperativo categórico, al cual nadie se resiste. La escuela utilitarista moderna reduce nuestras obli– gaciones morales a un negocio mercantil, a una cuestión de cálculo, al egoísmo y utilidad práctica, individual o social, cuya consecución será la norma directiva de mo– ralidad. Otros acuden al convencionalismo humano, a los pactos implícitos o explícitos, a las corrientes de sim– patía y de amor, a la evolución necesaria de la especie y a otros principios improporcionados, ridículos e in– conscientes. Bajo la acción disolvente de estos sistemas del deber se ha ido formando la Moral independiente, laica, atea,
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