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68 nn. P. PÍO M.ª DE l\lONUREGA,'-ms, º· F. M. CAP. - __ , ------ ----- - - la derecha del Padre, su única y exclusiva ocupación fué cumplir la misión que le había confiado: hacer su voluntad. No sólo la practicó con el ejemplo de su vida santísima, sino que, corno .Maestro infalible, nos lo quiso también enseúar de palabra. ··cuando oréis debéis de– cir: Padre, hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo" (~1). Ese f iat que proferimos en la terce– ra petición de la oración dominical es el rasgo más grande de sumisión filial, de adoración y de culto que rendimos a la soberania y majestad de Dios. Hágase, Señor, tu voluntad, recta y santa, y no la mía, torcida y perversa; dadme gracia y auxilio para cumplir todo lo que mandas, y manda lo que te plazca. Aquí tienes, pues, amigo querido, el único camino para la felicidad, el único medio de salvación, el único bajel para hacer con seguridad y sin naufragio la tra– vesía de este mundo al otro. Lo dice la verdad infalible: "No todo el que dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino únicamente el que hiciere la voluntad de mi Padre celestial" (4). Pero ¿ dónde y cómo se manifiesta en concreto esta voluntad divina'! l\iuchas y muy diversas son las mani– festaciones y señales que tenemos para conocer el divino beneplácito; pero las principales, y del todo indefecti– bles, son las siguientes: l. 0 Los mandamientos de la ley de Dios. 2. 0 Los de la Iglesia Católica. 3. 0 Los preceptos de los superiores. 4. 0 Los consejos evangélicos. 5. 0 Los deberes del propio estado. (3) ~Iatt., VI, 10. (4) ~latt., VII, 21.

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