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BUSLANDO l,A FELICIDAD 67 No hay otra norma de conducta que nos pueda con se– guridad dirigir al fin. Por esto es suma prudencia, con– formarse con la voluntad de Dios y sus decretos. l\lien– lras no se sujetare nuestra voluntad perfectamente a la del Creador no será buena, perfecta y feliz; pues todo el bien del hombre se cifra en conformarse con la volun– tad de Dios. Este reconocimiento y sumisión es, además, lo que puede mantener el orden y la paz en los individuos, en las familias, pueblos y naciones; lo que da autoridad a los imperios, majestad a los soberanos, fidelidad a los vasallos, desigualdad a las condiciones, jerarquía a las sociedades y armonía al cuerpo político. Sin esta subor– dinación no existiría más que el desorden, la anarquía, el caos. Está, por consiguiente, puesto en razón que el hijo, el discípulo, el siervo y el vasallo rindan su jui– cio y sometan su voluntad al padre, al maestro, al señor y al rey. ¿ Y quién es Padre, l\Iaestro, Señor y H.ey de la humanidad entera sino Dios, su autor y legislador'! Luego el hombre, como quiera que se le considere, en cual– quier estado y condición, en todo lugar y tiempo, debe someterse a la voluntad suprema de Dios, norma recta, indefectible y santa de sus acciones. El mismo Jesucristo, a pesar de su divinidad, qui– so mostrarse acabado modelo de esta sumisión cuando nos dice: "Yo no he venido a hacer mi voluntad, sino la de aquel que me ha enviado" (1). '"l\Ii comida es hacer la voluntad de mi Eterno Padre y cumplir su obra" (2). Desde que descendió del cielo y tomó nuestra naturaleza, hasta que, glorioso, volvió al Empíreo para sentarse a (1) Joann., VI, 28. (2) Joann., IV, 34.
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