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66 DR. l', PÍO :M.ª DE MONDllEGANES, O, F. M. CAP, ---- -----·-~--- -·-----------·---- ---- den natural e impedir, en lo que se pue<la, su pertur– bación. Ella, corno norma formal suprema e in<lcpen– dienle, es la única seüora y <lucüa de todo lo creado; es la que establece el cauce y determina las barreras de todo el dinamismo, consciente o inconsciente, natural o sobrenatural, de los seres participados. De ella se de– rivan, reciben valor y fuerza todas las demás leyes, reglas, mandatos, preceptos, avisos, consejos e indica– dones. Si a la voluntad de Dios todo está sujeto en el cielo y en la tierra es muy justo y razonable que la voluntad humana, aunque libre, se conforme también con sus dic– támenes y reconozca su soberanía. Esta conformidad es el sacrificio más heroico, el culto más perfecto, el holo– causto más agradable que el hombre puede ofrecer a la Divina Majestad, pues le hace donación de lo mús precioso y amado, que es su propia voluntad y libre al– hedrío. Mas el hombre, abusando de este don de Dios, se deja arrastrar por los impulsos brutales de sus pasio– nes, sigue los desordenados caprichos de sus instintos, busca satisfacer las codicias insaciables de su egoísmo, contrariando a la voluntad de Dios y quebrantando prác– ticamente sus órdenes. Osadamente se rebela contra su Hacedor, usurpa su dominio supremo, desprecia su dig– nidad soberana y se quiere emancipar de su regia po– testad. Estas reclamaciones del racionalismo autónomo son como múquinas de guerra contra los eternos prin– cipios de la moral, de la rectitud y del bien. ¿ Qué haremos, pues, para que la voluntad humana sea siempre recta, santa y meritoria? Regularla con la de Dios, conformada con su ley etrena e indefectible.
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