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BUSCANDO !.A Fr,IICtDAO 61 las plantas, y las flores que cubren la tierra con su manto de resplandeciente hermosura, y el rayo, y la tempestad, y el trueno con su majestad y grandeza, y los animales terrestres y las aves del cielo en la soledad del desierto y en la espesura de las selvas, y los seres todos materia– les e irracionales cumplen con exactitud matemática las órdenes del Altísimo; pero sin finalidad consciente, sin <leterminación libre, sin mérito alguno para su porvenir y felicidad. Mas el hombre, elevado sobre la jerarquía de los entes visibles y materiales, recibió de su Hacedor un don especial, una propiedad singularísima, una prue– ba de predilección entre los demás seres, esto es, una voluntad libre, por medio de la cual puede dirigirse a Él, cumplir su voluntad, acatar sus mandatos, seguir sus órdenes con plena deliberación y responsabilidad de sus actos. De esta manera la consecución de su fin tiene razón de mérito, de conquista, de galardón y de premio. Ahora bien, dos son los caminos elegibles por la libre voluntad humana para dirigirse a su fin; tiene dos ru– tas para llegar a su término, dos puertas para entrar en la región de la eternidad. El primer camino es có– modo, espacioso, sembrado de rosas, pero en todo con– forme a las pasiones, al egoísmo y a las concupiscen– cias de la depravada naturaleza humana. El segundo es estrecho, áspero, dificultoso, sembrado de espinas, pero conforme a la razón, a la ley y a la voluntad de Dios. Los dos conducen al término, los dos llevan a la eternidad, los dos trasladan de las orillas de este mundo a las playas de otro desconocido, pero ¿ con los mismos resultados? ¿ Con el mismo éxito? ¿ Con la misma recompensa'! ¡Ah, eso no! Dios, recto y justí– simo juez, no es posible que sancione de igual manera

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