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CAPÍTULO VI OBJETO DE L.4 FELICIDrlD 3 l\Ii estimado amigo: De tu apreciable y confidente deduzco que estás persuadido de que ningún bien crea– do, de cualquier grado y condición que sea, puede ser objeto de nuestra eterna felicidad. No hay duda que nuestra alma fué creada para una dicha más sólida, para una quietud más llena, para una gloria más duradera. Este mundo no es más que una penumbra de la reali– dad, un pórtico del hermoso y magnífico templo donde mora el objeto de la gloria verdadera y permanente. ¿Dónde, pues, estará ese ser codiciado y anhefodo de nuestro corazón, esa consoladora realidad? Como te in– diqué en la anterior, para nuestra perfecta felicidad ne– cesitamos de un objeto que excluya todos los males ac– tuales y posibles, que encierre todos los bienes deseables y cuya posesión sea permanente y estable. Ese ser único, esencialmente bueno, infinitamente amable, soberana– mente hermoso, que excluye todo mal y encierra todo bien, "es Dios y solamente Dios". Sólo con la posesión del Bien sumo, personal, infinito e increado, se saciarán
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