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BUSCANDO LA FELICIDAD 41 sabéis cada uno de vosotros hombres del mundo? Evo– cad vuestros recuerdos, rasgad el velo que oculta v11es– tros pensamientos, referidnos la historia de vuestros en– tusiasmos y pasiones, mostradnos vuestro corazón. Es– táis en la cima de vuestra existencia, vuestros cabellos han encanecido quizá, os habéis dejado arrastrar por el furor para lograr una felicidad inmediata y palpable. Habéis gastado el fuego de vuestra juventud, el vigor y la prudencia de vuestra edad madura, en revolver el cielo, la tierra, los astros; en pretender que la felicidad estuviese en vosotros o cerca de vosotros, en vuestro cuerpo o en vuestro esníritu, o, al menos, en las innume rahles creatnras que Dios ha puesto a vuestro alcance. Y bien, hablad ahora, dejad escapar de vuestros lahios un franco testimonio. ¡, Hay uno solo entre vosotros que jamás haya podirlo saborear el fruto de la perfecta b1C'ri– aventuranza? ;. Hay uno solo que sea o haya si.do .:?0m– pletamente dichoso? No, señores; y no temo que n;ic!ie de vosotros se levante para contradecir mis palahras. Luego los bienes creados son insuficientes. incapae"s ,le saciar nlenamente lns exigencias del hnmano corazón. La realidad, la dPsniadada realidad, obliga a confrsar, siqnina en los últimos momentos, la vanidad, el delor, la aflfrción v el vacío que cammn los sf'rf's limitados de esta vida. El mundo es una diaria revolución d" sm•psos que, unos desrmPs de otros, despiertan vio1Pntas nasio– nes, crudos rencores, amargos pesares, molestando sin cesar a los cautivos de sus ominosas cadenas. Esto enseña la triste exneriencia de la vida v con firma a cada naso la revelación. El Antiguo y NueYo Testamento están llenos de textos y pasajes que nns de– muestran la caducidad y vanidad de las cosas munda-
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