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incompleto del entendimiento o en lo torcido y perver– so de la voluntad; en las lobregueces de la conciencia o en las anticipaciones de la educación; en la intru:iión del elemento externo en el mundo íntimo, o, al contra– rio, en el desbordamiento enfermizo de la propia perso– nalidad. Nosotros, para proceder con seguridad y certeza en la solución del problema, vamos a considerarlo baJú el prisma de la filosofía perenne y tradicional, alumbra– da y guiada por la luz esplendorosa de la fe. Estos t:ion dos fundamentos sólidos, dos normas y guías seguras que nos conducirán infaliblemente a una conclusión cierta y evidente, portadora de la paz, satisfacció11 y consuelo. Para establecer concretamente nuestro punto de par– tida vamos a sentar algunos puntos, del todo indiscuti– bles e inconcusos, que determinen el estado de la cues– tión. 1. 0 Ante todo debes tener por cierto que nuestra fe– licidad no puede consistir en un mal; pues el mal, como tal, no puede ser objeto de nuestras facultades, no pue– de ser apetecido, buscado y amado por nuestra volun– tad. En lugar de ser causa de la felicidad sería motivo de desgracia, de infelicidad y de tormento. 2.º Es necesario que consista en un bien, no aparen– te y ficticio que fascine por un momento, sino real y ver– dadero, adecuado a las facultades racionales del hombre y capaz de saciar todas sus aspiraciones y tendencias. 3. 0 Todos los bienes actuales y posibles, de los cua– les puede disfrutar el hombre, se reducen necesaria– mente a dos categorías; bienes finitos e infinitos, crea– dos e increados, temporales y eternos. Unos u otros tic-

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