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CAPÍTULO III FELICIDAD SUPREM11 DEL HOMBRE Mi estimado amigo: En la anterior te expuse breve– mente el fin supremo y extrínseco del hombre en los dos estadios de su vida temporal y eterna. Según me dices en la tuya, "la materia es verdadera y convincen– te, mas un poco árida y desconsoladorn. Dios pnrece un ser egoísta que todo lo quiere para su glorificación pro– pia, sin tener en cuenta el bien de sus criaturas, nuestro bienestar temporal y eterno". Para resolverte esta pe– queña dificultad te dirijo la siguimte, la cual espero lleve a tu alma un rayo de esperanza y de consuelo. Es muy cierto que Dios, en virtud de su esenda y perí'ePciones infinitas, no podía obrar de otra rnDm n1 que para su gloria; pero no creas que por eso es un ser egoísta e interesado; todo lo contrario, es esencialmente difusivo, tiende por su misma naturaleza a comunicar sus perfecciones, su hermosura, su bondad y su felici– dad a todos los seres que produjo, y en especinl a los hombres, a quienes amó con caridad perpetua desde la eternidad. Has de considerar que, al mismo tiempo que te creó para su gloria, te formó también para tu felici– dad. Ser bienaventurado y dichoso es el fin supremo se– cundario e intrínseco de tu ser, cuyas potencias son ca-

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