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24 DR. P. PÍO M." DE ).fONDRI:GANES, O. F. M. CAP. de los seres incorruptibles y espirituales que viven eter– namente y sin alteración substancial. Nuestra vida se divide en dos estadios, en dos épocas, una temporal y otra celeste, una que termina a] borde del sepulcro y otra que empieza más allá de la tumba. Morir no es quedar sepultado unos pies bajo tierra, es nacer con vigor a una vida nueva: el cuerpo es un velo que nos oculta el mundo invisible; la vida temporal es como una ligera gasa, agitada por el viento delante de nuestra frente, a través de la cual vemos en lontananza la tie– rra prometida. Hemos sido creados para pasar ,m perío– do de tiempo más o menos largo en este mnndo, v des– pués trasladarnos a las regiones de la inmortalidad; no tenernos aquí mansión permanente, somos forasteros y pere[{rinos, nuestro domicilio esh1hle está en los cie– los. ¡, Para qué me concedió Dios el tiempo y me destinó a la eternidad? ;. Cuál es el fin de estos dos estadios de mi existencia? Veámoslo brevemente. Nuestro destino en el tiempo.-;.Para qué estarnos en la tierra? Una vez que Dios libérrirnamente nos sacó de la nada y nos colocó en este suelo y valle del destierro, nos impuso una ley eterna e irrefragable de servirle y glorificarle; éste es el negocio principal, esencial, ne– cesario y único del hombre; éste el fin último. al cual debe dirigir todo su ser con todas sus acciones. Los días y las noches, el trabajo y el reposo, el alma y el cuerpo, los sentidos y las potencias, todo, absolutamente todo, debe ser sometido al dominio del Creador, a la volun– tad soberana de Dios. Lo que directa o indirectamente no se ordene a este fin está fuera de su centro, corre fuera de la órbita, perdido y errante en el espacio, sin norte y orientación
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