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224 DR. P. pfo M.ª DE MúNDREGANES, O, F. M. CAP. La vida del hombre es semejante a una candela que se va poco a poco consumiendo sin cesar. Nuestra vida se consume continuamente; en la hora menos pensada se extingue y quedamos rodeados de las tinieblas sem– piternas. No esperemos a que se apague la antorcha, no sea que nos ocurra lo que a las vírgenes necias del Evangelio, y, cuando el soberano Juez venga a pedirnos cuenta y queramos entrar al banquete nupcial de la glo– ria, nos responda: "Nescio vos". ("No os conozco") (3). No sois de mis discípulos. La muerte es el eco de la vida. Es muy difícil que uno que haya vivido mal termine bien. La conversión del Buen Ladrón fué una muestra de la misericordia de Dios para que nadie desespere, pero se halla solo, para que nadie presuma. Oye, pues, amigo del alma, la voz de Dios y no quieras ser sordo y endurecer tu corazón (¿1). Compra los tesoros eternos de la gloria con la contrición y confe– sión. Agárrate a esa tabla, para que no perezcas en el naufragio de la culpa. Usa de esta llave dorada que Dios pone en tus manos para abrir de par en par las puertas del cielo. Entra en el reino de la felicidad para "cantar eternamente las misericordias del Señor" (5). Esta es la gracia que, postrado a los pies de María Inmaculada, Refugio de pecadores y Puerta del cielo, pide para ti tu afectísimo Padre (3) l\latt., XXV, 12. (4) Ps., XCIV, 8. (ó) Ps., LXXXVIII, 2. Fr. Pío María de Mondreganes, O. F. M. Cap.

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