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BUSCANDO LA FELICIDAD 217 mos de aquí ocasión para tener los pecados por cosa leve, y, haciendo injuria al Espíritu Santo, caigamos en otros más graves, acumulando así la ira de Dios para el día del juicio; pues, sin duda alguna, aquellas penas satisfechas retraen al penitente del pecado, le retienen como un freno y le hacen más previsor y vigilante para lo porvenir, borran las huellas de los pecados permiten abandonar los malos hábitos contraídos mediante la prác– tica de las virtudes contrarias. De esa manera nos hacemos más conformes a la imagen de Jesucristo y cumplimos como indica el Após– tol, lo que falta a las tribulaciones de Cristo (1). No conviene que una cabeza coronada de espinas se una con unos miembros muelles y delicados. Si queremos ser hijos suyos, herederos de su reino y participantes de su gloria, hemos de serlo también de sus dolores, llevando la cruz de la penitencia. Este modo de obrar de la Justicia Divina se observa también en la humana. A veces los príncipes y jefes supremos de las naciones indultan de la pena de muerte a los grandes criminales, para demostrar su clemencia y misericordia; pero les aplican otras más benignas, como el destierro o la cárcel. La Iglesia, continuadora de la obra redentora de Je– sucristo, ha practicado constantemente esta disciplina con los pecadores arrepentidos. Antiguamente era tan rigurosa que verdaderamente asombraría en nuestros días; pero, viendo las dificultades prácticas de su cum– plimiento, las ha mitigado sobremanera. Así, por ejem- (1) Col., I, 24.

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