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BUSCAis'TIO L.\ FELlClDAD 213 ·----~·---·~------ 4. 0 Pero resulta que ya vengo callando pecados en otras confesiones, que he comulgado sacrílegamente va– rias veces. Si fuera la primera vez, entonces quizá me atreviera; pero, ahora, ¡me apena tanto! que no tengo valor y me desespero de angustia. -Si esto te sucede ahora, ¿ qué será si lo difieres por más tiempo? Cuanto más lo dilates más te costará. Por otra parte, no tienes más remedio que manifestarlo si no quieres perder eter– namente tu alma. Hesuélvete, rompe con esa dificultad; es todo cosa de un momento. ¿ Qué importa este pequeño sacrificio comparado con los eternos tormentos del in– fierno'? Cueste lo que cueste, di con resolución: Quiero salvar mi alma. 5. 0 Es el caso que, si confieso tal o cual culpa, el confesor me obligará a restituir, a perdonar, a evitar la ocasión peligrosa, la amistad nociva, dejar la lectura lasciva y pornográfica, a no frecuentar espectáculos in– morales ... Estas cosas me cuestan mucho, no tengo va– lor... Pues bien; en esos y semejantes casos es preferible que no te acerques al confesionario, porque te faltan las debidas disposiciones, no tienes verdadero dolor y pro– pósito de la enmienda. Lo que debes hacer es prepararte, usando de los medios que en otro lugar indicarnos. Las obligaciones que temes te impondrá el confesor no de– penden de él; las exigen la reconciliación con Dios, la naturaleza misma del sacramento. El sacerdote no es más que el maestro que te enseña la obligación que tie– nes; el padre cariñoso que te amonesta porque te ama. No le ocultes tu interior, porque te engañas a ti mismo y te causas mortal herida. Estos y, otros muchos obstáculos se presentan a veces a las almas débiles y vergonzosas para confesar sus crí-
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