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212 DR. !'. PÍO M.' DE ;\lONDníW.\NES, O, F. M. CAP, ----- ---- ----·------------- za para cometerlos, ¿por qué la has de tener para acu– sarte de ellos? ¿Por ventura no era aquello malo y esto bueno? ¿Quieres curar sin aplicar el remedio? Piensa en la misericordia infinita de Dios y en tus destinos eternos, y lograrás vencer esa natural repugnancia. El que no desechó a San Pedro, a San Pablo, a la Magda– lena, al Buen Ladrón, a San Agustín, a Santa Margarita de Cortona y a otros muchos pecadores, tampoco te des– echará a ti, si de veras te arrepientes. 2. 0 Hace tiempo que frecuento los sacramentos, llevo una vida arreglada, mi confesor me conoce y tiene for– mada una buena opinión de mí. ¿Qué dirá si me acuso de esta caída, de esta falta vergonzosa? -El, conociendo como conoce la humana fragilidad, nada se extrañará, antes bien, con caridad y celo extenderá bondadoso y amable su mano para ayudarte a levantar. Pero, en úl– timo resultado, si no te atreves con él, antes de profanar el sacramento y cometer horrendo sacrilegio, vete a otro desconocido y acúsate de tus caídas. 3. º Son ya varias veces las que he caído, voy ad– quiriendo hábitos y malas costumbres, falto con suma facilidad a mis propósitos y promesas, tengo reparo en repetir siempre lo mismo. Mi confesor me reñirá, me mirará mal, o, por lo menos, me despreciará. -Es evi– dente que no alabará tu conducta, y debe exhortarte y reprenderte con caridad. Pero, si te repiten los achaques de una enfermedad conocida por tu médico, ¿no le lla– mas de nuevo? ¿No hará más acertadamente el <liag– nóstico y aplicará mejor los remedios? Pues del mismo modo pasa con las enfermedades del alma. Mejor las curará el médico espiritual que las conoce que el que las ignora.
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