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19 atento la maravillosa constitución de tu &er y las opera– ciones de tus facultades. Colocado en el aJcá7,ar de la nat11raleza, como rey de la creación, puedes percibir con tus sentidos la variedad, muchedumbre y hermosura de elementos que componen el universo; escuchar los ecos misteriosos de las criaturas que te atraen y te cautivan; recordar con tu memoria las generaciones que te prece– dieron, los tiempos que pasaron y las ilusiones de tu ar– diente y loca fantasía que se esfumaron; puedes P-St'U– driñar con tu inteligencia los secretos de la naturaleza, estudiar sus actividades y operaciones, inquirir sus leyes y dirigir su rumbo; puedes, en fin, con tu voluntad, se– guir en pos de lo bueno y de lo bello, de lo agradable y placentero, de lo útil y· de lo honesto. Este es un hecho, ésta es una realidad que no puede negar razonahlemenle el excéptico más recalcitrante. Pero dime: ¿ Cuál es el resorte que pone en movimiento las innumerables estrellas que brillan en el azulado fir– mamento, los seres vivientes que matizan las inmensas llanuras de los campos cubiertos de verdor, floración y lozanía; los que se agitan en las soledades del desierto y rebullen en el fondo silencioso de los mares, y los que trinan en los aires purísimos del cielo? ¿ Cuál es el móvil qne les impulsa hacia su objeto? ¿ Cuál es el imán que les atrae irresistiblemente a su norte y a su bien? Una locomotora no anda si el maquinista no le comunica la fuerza impulsora del vapor o de la electricidad; un re– loj no marca las horas si alguien no se cuida de darle cuerda a su tiempo. Pues ¿ quién es ese maquista tan diestro y poderoso que pone en movimiento la inmensa mole del universo? ¿ Quién es el que da cuerda continua

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