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202 DP., l'. PÍO M.ª DE !\IONDRI:GAN'ES, O, F, M. CAP. ------- ponsabilida<l, porque suponen menos deliberación y re– flexión en el pecador; pero el que peca por costumbre, por hábitos adquiridos, sin resistir a la tentación, bus– cando de intento las ocasiones, desprecia con pleno con– vencimiento la ley santísima de Dios. Una vez formada esa costumbre es causa y origen de innumerables pecados de la misma o diferentes espe– cies; y el pecador llega a tragarse la iniquidad como el agua. La pasión se fortifica y arraiga cada vez más por la repetición de actos pecaminosos. De aquí muchas almas, a pesar de sus propósitos y confesiones, recaen en los mismos pecados, porque ca– recen de energía suficiente para romper con denuedo la cadena de la costumbre que les esclaviza. Refiérese del filósofo Diógenes que, reprendiendo en una ocasión a un hombre de malas e inveteradas cos– tumbres, le preguntó otro que allí estaba: "Diógenes, ¿qué haces?". Respondió el cínico: "Lavo a un etíbpe". Demostrando que era tan inútil reprender a un pecador contumaz como lavar a un negro de nacimiento. Así es, en efecto, porque, aunque los pecadores con– tumaces se laven en el sacramento de la Penitencia, no suelen blanquear ni cambiar de vida. Difícil sobrema– nera es la enmienda de los pecadores habituados. Si cuesta vencer las inclinaciones naturales, ¿qué será cuando los malos hábitos las han poderosamente refor– zado? ¿Qué hacer, pues? ¿ Desesperarse y abandonarlo todo'? ¿ Continuar dando rienda suelta a toda clase de apetilos y vicios? No y mil veces no. La enmienda de esos peca el o– res es difícil, pero no es imposible. Dios, cuya misericor– dia es infinita, invita a todos al perdón, a todos ofrece

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