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de ser amado por todos. Este es el amor puro de benevo– lencia, sin mezcla de egoísmos, sin miramientos perso– nales; de tal modo que el alma, aunque no hubiera pre– mios ni castigos, lo mismo amaría a Dios y le pesaría haberle ofendido, como al mejor y más amante de los amigos. El hombre que conoce a Dios y ama su infinita bon– dad desea que sea servido y glorificado por todo el mun– do, sintiendo vivo dolor por las ofensas y desacatos que contra Él se cometen; pero si él mismo es el ofensor, duélese incomparablemente más, detesta su culpa, qui– siera no haberla cometido jamás y desea desagraviar al Sumo Bien, del cual promete no se ha de separar en lo futuro. Así, por ejemplo, haría un acto de perfecta con– trición el que dijera: "Dios mío, Trino y Uno, bondad infinita, belleza incomparable, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; me duelo, detesto y aborrezco mis pecados, porque son ofensa de Vos, Sumo Bien mío, in– finitamente digno de todo amor y de ser preferido a todas las cosas. Me propongo, con vuestra gracia, jamás volver a pecar, enmendar mi vida y cumplir en to<lu vuestra santísima voluntad". Algunos teólogos defienden que para la contrición perfeeta basta proponer como motivo de arrepentimien– to cualquier atributo divino, aun los llamados relativos, como la justicia, la misericordia... , puesto que todos se identifican realmente con la divina esencia. Sin negar el valor de esta opinión, es siempre más perfecto y más seguro moverse por la suma e iiú"inita bondad de Dios, que contiene en sí todas las demás per– fecciones. Este amor de caridad, puro y desinleresado,
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