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CAPÍTULO VIII DE LA CONTRICION Mi muy apreciado amigo: Tengo sumo interés en que conozcas lo más esencial y práctico de la contrición, por la capital importancia que tiene en la vida del hom– bre. Si alguna autoridad tuviera yo sobre catequistas, predicadores y confesores no cesaría de aconsejarles que instruyesen y exhortasen frecuentemente a las gentes este ejercicio, del cual puede depender la salvación de innumerables almas. En dos especies dividen comúnmente los teólogos la contrición: una perfecta y la otra imperfecta, que se suele llamar también atrición. Hablemos hoy de la pri- 1nera. La contrición perfeeta es un profundo pesar de ha– ber ofendido a Dios, por ser quien es, por su bondad infinita, teniendo firme propósito de no volverle a ofen– der más en lo sucesivo y de confesarse, por lo menos, cuando está ordenado por la Santa Madre Iglesia. Es evidente, por tanto, que la contrición perfecta procede de la virtud de la caridad con la cual el hom– bre ama a Dios sobre todas las cosas, le estima como al ser más perfecto, hermoso, noble y digno infinitamente

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