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de no volverlos a cometer, resulta que, en concreto y prácticamente, se requieren las cinco condiciones que sefialan los catecismos, y que tú seguramente aprende– rías de nrno en la escuela o en el regazo de tu cristiana madre. Son, por tanto, necesarios para una buena con– fesión: el examen de conciencia, el dolor del corazón, el propósito de la enmienda, la confesión de boca y la sa– tis{acción de obra. Empecemos por el primero. El principio de todo amor u odio es el conocimiento. Nada se ama o se aborrece sin conocerlo. El conoci– miento de la inteligencia es el que guía a la voluntad en todos sus actos. El hombre permanece en tinieblas mientras no le alumbre la luz natural de la razón o la sobrenatural de la fe. Estos principios de sana filoso– fía lo mismo valen en el orden especulativo que en el or– den práctico, en el social que en el religioso. El princi– pio de la salud es el conocimiento del. pecado. El que no se conoce no se corrige; porque ninguno se enmienda de lo que no conoce. Lo expresó el Profeta Jeremías cuando dij o: "Mírate en tu conciencia como en un es– pejo, pon amarguras en tu ánimo y dirige tu corazón por el camino recto que anduviste" (1). El tribunal de la penitencia puede compararse a un Policlínico donde concurre toda clase de enfermos. Los enfermos son los pecadores que padecen toda clase de dolencias y enfermedades espirituales; la medicina universal y eficacísima es la gracia del sacramento; el médico, que diagnostica y cura, es el confesor. ¿ Cómo puede un doctor conocer y aplicar los remedios oportu– nos si el paciente no le explica sus dolencias? ¿ Cómo (1) Jcr., XXXI, 21.

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