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156 DR. P. PÍO M.ª DE M0NDHEG.\NES, O. F. M._C_A_P_.____ rudos combates de la vida, desfallecen y caen numerosas veces en grandes pecados, permaneciendo largo tiempo en tan lamentable estado. Por este motivo es necesario frecuentar ese saludable sacramento para perseverar en la gracia y fortalecer el alma contra los enemigos de lu salvación. El hermoso jardín que se regara una sola vez en el año se llegaría a agostar, marchitándose la belleza de sus aromáticas flores; análogamente, el jardín del alma, que no se riega más que de tarde en tarde con el suave rocío de la gracia, se seca y las virtudes mo– rales se marchitan. Es, pues, necesario recibirle r,on fre– cuencia para llevar fruto de santidad. No faltan, sin embargo, personas que suelen oponer reparos fútiles y excusas de ningún valor. Te irnUcaré algunas de las corrientes. 1.ª ¿De qué me aprovechan-dicen-tantas confe– siones, si caigo en los mismos pecados? Y yo les diré: ¿Para qué habéis de comer, si luego tendréis hambre otra vez? Es tal la humana fragilidad, las pasiones tan vehementes, las tentaciones del enemigo tan fuertes, que el hombre cae en los mismos defectos con frecuencia; pero, ¡ cuánto más caería si no se fortaleciera con Ja confesión! Si el que propone falta, ¿ qué será el que no propone? Si a pesar de hacer generosos propósitos se ofende a Dios, ¿ qué sería si se careciera de estas ayudas sobrenaturales? No cabe duda que el alma que con in– terés pone los medios de enmendarse, aunque le cueste tiempo y sacrificios desarraigar los malos hábitos, lle– gará tiempo en que lo consiga; por lo menos, disminuirá la frecuencia, la malicia y la intensidad de sus pecados, lo cual es ya no pequeño fruto de la frecuencia de la confesión.

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