BCCCAP00000000000000000000629

150 DR. P, pfo M.ª DE MONDREGANES, O. F. M. CAP. pecador se arrepiente, pide perdón y confiesa su culpa, el Supremo Juez revoca la sentencia condenatoria; su representante en la tierra, en virtud de la absolución, le intima el indulto concedido por Dios, en atención a los méritos de Jesucristo. ¿Qué satisfacción no sentirá el reo que en ca pilla, próximo a ser ejecutada la sentencia, oye la lectura de indulto? ¿Pues no debe ser mayor el regocijo y la ale– gría del pecador que, próximo quizá a caer en p] infier– no, en las manos de un Dios viviente y justiciero, oye de labios del confesor la revocación de su condenación eterna, el indulto que Jesucristo le consiguió con la ins– titución de este divino sacramento? Al perdón de la culpa y de la pena eterna sigue también la gracia santificante: esa vestidura sobrenatu– ral que el Espíritu Santo infunde en el alma arrepentida. La embellece y hace agradable a los divinos ojos, la adorna con ese riquísimo tesoro que antes voluntaria– mente había perdido. Jesucristo dijo al fétido cadáver de Lázaro: "Lázaro, sal fuera"; e inmediatamente resu– cita, se levanta, sale fuera del sepulcro y continúa vi– viendo. El alma del pecador está muerta, fétida por el pecado grave; pero el sacerdote, en nombre de Dios, cuando le da la absolución, le dice: "Levántate, sal del sepulcro de la culpa, torna a la vida de la gracia, toma las vestiduras de tu bautismo, los atavíos de regenera– ción sobrenatural". Se suele comparar el pecador a un hombre cubierto de lepra, que causa asco y repugnancia; pero cuando adquiere la gracia santificante por la confesión se le caen todas las costras, queda hermoso y refulgente, cu-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz