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CAP;ÍTULO IV OTROS EFECTOS DE ESTE SACRAMENTO Mi más estimado amigo: Continuaremos hoy la matP.– ria de la carta precedente, explicándote algunos rnús de los efectos que la confesión produce en las almas arrepentidas. El mundo es un agitado mar en cuyo seno se levan– tan horrorosas tempestades que sumergen la navecilla de nuestra alma en los abismos de la culpa. Por estas caídas mortales, por estos naufragios voluntarios, se pier– den las riquezas celestiales y los derechos a la eterna felicidad. No quiero extenderme en consideraciones sobre los tormentos que padecerán los condenados, por serle ya algo conocidos en otras a ti dirigidas. Pero cualquiera clase de tormentos que finjas en tu fantasía, y por larga que calcules su duración, es de fe que por la confesión, bien hecha, se condonan todos, y el alma queda libre de las garras del infierno. Un criminal cuyos delitos exigen pena capital, si Jo– gra la amistad y benevolencia del rey, éste le puede re– vocar la sentencia de muerte. Lo mismo sucede con los pecados cometidos contra la majestad de Dios. Si el

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