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~._DR. P._PÍO M.• DE MONDREGANES,_ O. P. M. CAP. bargo, como Padre amorosísimo, le llama a su amistad, le ofrece generoso el perdón, exigiéndole dos cosas muy fáciles de ejecutar: el arrepentimiento y la confesión sacramental de su pecado. Si el perdón y la reconciliación se verificaran ocul– tamente entre Dios y el alma, sin ninguna manifestación sensible, ¿ no se podría temer la justicia inexorable de Dios? ¿ No se podría dudar de la realidad del perdón? ¿ Dónde fundaría el alma su esperanza? ¿, Qué angel del cielo le traería el consuelo, la tranquilidad y la paz? Por esto Jesús Redentor nos quiso dejar un medio visible, manifiesto, fácil y seguro de nuestra reconciliación, cual es el sacramento de la penitencia. El Salvador, dirigiéndose a los Apóstoles, les dice: "Todo lo que ligareis sobre la tierra será ligado en el cielo, y todo lo que desatareis será desatado en los cie– los" (1). En virtud de estas palabras no hay excepción de. ningún género. Todos los pecados cometidos después del bautismo, veniales o mortales, de pensamiento, de palabra o de obra, ya sean contra Dios, ya contra el prójimo y contra nosotros mismos, serán al instante per– donados. Proferidas por el sacerdote, ministro de Dios, las palabras de la absolución: "Yo te absuelvo de todos tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo", el penitente arrepentido queda limpio de la mancha del pecado, adquiere la amistad de Dios y su divina filiación. Palabras realmente soberanas en los labios del sacerdote, de virtud remisoria y operativa, de eficacia extraordinaria que llevan a la criatura pre- (1) Joann., XX, 22-23.
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