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CAP,ÍTULO II INSTITUCION DIVJl\TA DE LA CONFESIO,V Mi estimado amigo: Voy a pagar la deuda que en mi anterior contraje contigo de explicarte el origen divino de la llave misteriosa que nos abre de par en par las puertas del cielo. Reconozco que para mí es tarea un poco difícil, pero por el bien de tu alma, que mucho amo, se me hará fácil y soportable. Creo que será de tu agrado referir algo de historia, para que veas que la confesión no es cosa de estos tiempos. Estudiando la historia de las religiones comparadas, a la que en la actualidad, corno sabes, se da tanta im– portancia-no sé si con el fin de encontrar la verdade– ra-, se observa que la confesión auricular o pública se remonta a los más antiguos tiempos. En Egipto se en– cuentran vestigios indubitables en el llamado Libro de los muertos; en los pueblos asirio-babilónicos se deduce esta práctica de algunos cantos o salmos penitenciales; en la India la imponen expresamente las leyes de l\fanú; en la China lo ejercitan también los gobernadores de distintas provincias, y el emperador no ejercía pública– mente su cargo de Gran Sacerdote sino después de haber confesado sus pecados; en el Japón tienen períodos de verdadera penitencia; en la conquista de las Indias Oc– cidentales por los españoles también hallaron vestigios
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