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TERCERA PARTE LEVANTATE Y ANDA No hay duda que el camino seguro para conseguir la felicidad eterna es la observancia de los maud.hrnienlos de Dios, los de la Iglesia y los deberes del propio estado. Pero, por desgracia, no siempre se observan. El hombre frágil y malicioso muchas veces tropieza en el camino y da mortales caídas. En nuestra navegacion hacia las playas de la eternidad se naufraga y se pier<lt;n los te– soros <le la gracia. La inteligencia humana se extravía por los errores y la voluntad se deja arrastrar por los vicios. El hombre, que es un viajero hacia la eternidad, no camina o va por senderos extraviados. No por eso hay que desesperar. Dios conoce nuestra naturaleza y se compadece de nuestra miseria. Para re– dimirnos y salvarnos envió a su Unigénito Hijo. Nos reconcilió con el. Padre Eterno y nos lavó en :;u Sangre. Para que sus infinitas misericordias se aplicaran a to– dos lo.s redimidos dejó en su Iglesia un reme010 eficaz, una tabla de salvación: el Sacramento de la penitencia. Este sacramento, bien recibido, puede remediar nues– tras caídas y levantarnos de la culpa. Al pecador arre– pentido que se ha postrado a los pies del confesor auto– rizado y con las debidas disposiciones se le puede decir, como Jesús al paralítico: LevJnlale y anda.

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