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BUSCAl-.'11O LA FELICIDAD 123 ---------- ------------- nuestro Rey; y por lo mismo estarnos obligados a las leyes de la Iglesia. Es imposible, pues, ser católico y no reconocerse obligado a observar las leyes de la Iglesia. Por este motivo el Concilio de Trento declaró que nin– guno, aunque justificado, está exento de la observancia de los preceptos (4). Así lo indicó el mismo Jesucristo: "El que no oyere a la Iglesia sea para ti corno gentil o publicano" (5). De aquí se infiere que nadie alcanzará la salud y la vida eterna si no tiene a Cristo por su ca– beza; nadie tiene a Cristo por cabeza si no peretenece al cuerpo, que es la Iglesia. Los que no tienen a la Iglesia por madre tampoco tienen a Dios por Padre, pereceran como perecieron los que no entraron en el arca de Noé. Jesús, en su lenguaje parabólico, llama a la Iglesia re– dil; pero el divino Pastor no conoce más que las ovejas de su rebaño; la llama también su casa, su ciudad, su reino, pero quien no es de la casa, ni de la ciudad, ni del reino, es un extranjero. Fuera, pues, de la Iglesia no hay salvación. No quiero que saques de aquí una falsa consecuencia, a saber: que basta ser bautizado, creer lo que enseña la Iglesia para salvarse. Esto sería ser un católico nominal y teórico, pero no real y verdadero. Para ser católico de verdad es necesario creer todo lo que enseña la Iglesia; seguir todo lo que la Iglesia manda; amar todo lo que ella ama. Este debe ser el programa del católico, del sabio como del ignorante, del rey como del vasallo, del pobre como del rico, del joven como del anciano, del hombre como de la mujer. Creer todo lo que cree la Iglesia y guardar lo que nos conviene es un absurdo; so~ (4) DENZINGER, n. 804. (5) l\Iatt., XVIII, 17.

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