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ll8 DR. P. PÍO M.ª DE '\10NDRE(;ANES, O. F. M. CAP. ---- prar el reino de los cielos? No está, no, fuera ni lejos de nosotros; existe dentro de nuestro mismo corazón, la lle– vamos grabada en lo más íntimo de nuestra conciencia. Todos sus preceptos se resumen en una maravillosa 5Íll– tesis, fácil de recordar: Amarás a tu Dios y al prójimo como a ti mismo. Este solo precepto comprende todo& los demás, en él se fundan todas las legislaciones y los códigos, de él toman origen y fuerza las otras obliga– ciones. Y como amar a Dios y al prójimo son dos actos que se refunden en un solo y puro acto de amor teolo– gal, con razón los Doctores y Padres de la Iglesia están acordes en decir que todos los mandamientos de la ley de Dios se reducen a uno solo: amar. An-ia a tu prójnno y has cumplido ya la ley, dijo profundamente el Apostol San Pablo, escribiendo a los romanos (2). Ama a D10:-,, tiende y busca a Dios en todo, y haz lo que quieras. Sí, porque de Dios al hombre, de la tierra al cielo, sólo el amor lo une y llena todo. El es el principio, el medio y el fin de todas las cosas. El que ama vive, el que ama se sacrifica, el que ama está contento, y una gota de amor colocada en la balanza, en contraposición de lodo el universo, le arrastraría como la tempestad arrastra una brizna de paja. La ley del Señor es, pues, el único camino que nos puede conducir al último término; si buscas otros sen– deros, te extraviarás irremisiblemente. Para que esto se te grabe más profundamente en la memoria te voy a referir un pequeño ejemplo del P. Van Tricht. Había una vez en un pueblecito una aldeanita, la más bella que haya podido verse: su madre estaba loca d~ con- (2) Rom., XIII-8.

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